Consideraciones sobre el pensamiento de Hans Urs von Baltrasar
Redação (23/09/2014, Virgo Flos Carmeli) Catedral de Reims, Francia. Estamos en una de las iglesias más bellas que el hombre haya podido concebir en todo el desarrollo de la civilización cristiana. Sus vidrieras hasta el día de hoy confunden a arquitectos y artistas por su complejidad y armonía de ejecución. Los rayos del sol, albos y cristalinos, cuando graciosamente traspasan sus rosetones, se transforman en mantos de colores que cargados de personalidad revisten de fiesta a la silenciosa y austera catedral. Las ojivas góticas se entrelazan elegantemente unas con otras y dotan de una levedad inimaginable a los toscos granitos con que fueron edificadas. El órgano, ¡que órgano!, pareciera poner en melodías los propios acordes de las voces angelicales que se congregan para asistir a uno de los momentos más importantes en la expansión del cristianismo de occidente.
Es el año 496, y se prepara para entrar por la nave central de este grandioso templo, Clodoveo, rey de los francos, que luego de celebrar la gran victoria de sus tropas en Tolbiac se prepara para hacerse esclavo de quien lo había vencido: Jesucristo, el rey de los judíos. El obispo Remigio había preparado todo de la mejor forma posible: además de embellecer las paredes con finos tapetes y estandartes, se había preocupado de perfumar y alegrar todos los altares con las más bellas flores de la región.
El contraste también era notable; toda aquella pompa y esplendor con que la Iglesia se había revestido se cargaba de autenticidad y de una cierta inocencia infantil con los cientos de hombres que de lanza en mano y rudas pieles en las espaldas se encuentran boquiabiertos. El bautismo de un rey, significaba para aquellos tiempos, la conversión de todo un pueblo, y los francos de esta manera se tornaban en la nación primogénita de la Iglesia.
Suenan los clarines y comienza el cortejo solemne que culmina con el rey neófito en la fe acompañado por el santo obispo de Reims. Después de las palabras iniciales, el cortejo atraviesa el atrio y Clodoveo viéndose frente a aquella pompa llena de esplendor que reviste todas la paredes de la catedral, espontáneamente se vuelve hacia el obispo que lo había iniciado en la fe y le comenta: ¡¿padre, esto ya es el cielo?!
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¿Qué vio este rey que lo llevó a pensar que se encontraba ya, antes de morir, en la visión beatífica? ¿Será sólo el conjunto armónico de las líneas arquitectónicas del edificio que lo llevó a pensar estar frente a Dios? ¿Por qué frente a una realidad meramente natural, pensaba haber trascendido a una sobrenatural, como lo es el cielo?
El deseo de dar respuesta a estas interrogaciones es el que nos hace sumergirnos en uno de los aspectos más sobresalientes del pensamiento de Han Urs von Balthasar, el teólogo suizo que a través de su teología, de carácter más contemplativa que analítica[1], intenta llegar a los misterios divinos a partir de los trascendentales, en especial por el de la belleza, entendido como la epifanía del ser, que penetra en el hombre y lo despierta a la conciencia de sí y de lo real[2].
Los Trascendentales para llegar a Dios.
Para entrar en materia directamente consideramos esto de los trascendentales un poco más de cerca.
Von Balthasar prefiere llegar a Dios por los trascendentales, porque son más concretos, pues son propiedades que se dan en todos los seres, y al tener los trascendentales una relación más cercana con nosotros, debido a que nos reconocibles y asimilados sin mucho esfuerzo, nos ayudan a atisbar más claramente a Dios que la, para él, abstracta analogía entis. Así lo explica el mismo:
“Lo Uno, lo Bueno, lo Verdadero, lo Bello, es lo que llamamos atributos trascendentales del Ser porque sobrepasan los límites de las esencias y son coextensivos al Ser. Si hay una distancia insuperable entre Dios y las criaturas, si hay una analogía entre ellos que no puede resolverse en ninguna forma de identidad, entonces tendrá que existir también una analogía de los atributos trascendentales en la criatura y Dios”[3].
El teólogo de Basilea considera posible que a la luz de los trascendentales que iluminan y hacen aparecer las propiedades del ser que nos es tan evidente, podamos ver algo, por su proyección, sobre aquello que los alumbra[4]. Es un camino que nos lleva a Dios de una manera más propia a las generaciones actuales, e invita a cambiar la mirada al mundo de hoy, acostumbrado pero cansado del positivismo de las ciencias exactas.
Para Balthasar, los trascendentales son inseparables, pero cada uno de ellos como propiedad del ser, se manifiesta de una manera característica en los entes. En este pequeño estudio que busca introducirnos inicialmente en el pensamiento balthasariano, nos centraremos, como ya habíamos mencionado anteriormente, en el de la belleza, pero sin dejar de lado la premisa de la unidad de este trascendental con el unum, el bonum y el verum.
La elección del pulchrum como trascendental para adentrarnos al pensamiento de von Balthasar no es por acaso, sino que trata de ser fiel a la primacía de este en relación a los demás, siguiendo el método teológico con el que Balthasar pretende comprender la manifestación de Dios.
El mismo Balthasar nos explica claramente que el primer encuentro que tenemos con un ser es a través de su manifestación, su epifanía (proveniente de la raíz indoeuropea: bha: que significa brillar, resplandecer)[5], y luego pasamos a la relación con sus demás propiedades: ‘Aparece un ser, tiente una epifanía: es bello y nos maravilla. Al aparecer se da, se entrega; es bueno. Y al entregarse se dice, se desvela a sí mismo, es verdadero[6].
La manifestación de la forma.
Ahora, para comprender esa manifestación epifánica del ser, antes nos debemos detener en un concepto básico de la metafísica que nos abre los horizontes frente a lo propuesto por von Balthasar: es el de forma.
El Ser se nos manifiesta por la forma (Gestalt), “que es propiamente la estructura concretísima del ser (por tanto de lo ‘interno’ y lo ‘externo’ inseparablemente unidos), es una figura dinámica concreta que penetra cada ser individual, unificándolo en todas sus partes, y lo abre al Ser que propiamente lo ‘informa’, le da forma, y del que es expresión, haciéndolo a su vez capaz de irradiar su propio esplendor.”[7] Von Balthasar dice que “la forma de aparición del ente es el modo como éste se expresa, una especie de lenguaje átono, pero no desarticulado, en el que las cosas no sólo se expresan a sí mismas, sino siempre también la realidad total presente en ellas, que (como ‘non subsistens’) remite a lo real subsistente”[8] .
Analizando y contemplando esa percepción metafísica de la realidad, donde ya se pueden encontrar rastros del Absoluto en la creación, von Balthasar reafirma la unión entre filosofía y teología, natural y sobrenatural. Son esferas que deben ser vistas en conjunto, pues la realidad palpable de todas maneras estará constantemente remitiendo a otra realidad que la supera y se manifiesta en ella por los trascendentales. Justamente es esa una de las originalidades de su pensamiento y que saca a colación el más profundo aporte de la propuesta cristiana a la búsqueda del fundamento último del hombre actual, pues “la tentación de occidente frente al cristianismo ha consistido en esperar de él ante todo una respuesta moral y política, dejando a la sombra la mística, la metafísica y la estética que eran sus frutos más humildes pero más sabrosos y fecundos.”[9]
En estas afirmaciones ya podemos percibir que al entrar en la epifanía del ser que se nos muestra, Balthasar da un paso más y nos invita a profundizar en la visión de esa epifanía que no concluye en sí misma sino que remite a una realidad superior que la informa.
Debemos recordar que el ser común a todos los entes no subsiste en sí mismo, sino que necesita del ente en el que puede subsistir. Pero aquí, siguiendo el camino de los trascendentales antes mencionado, podemos ver que esa epifanía del ser non subsistens en el ente que está constantemente actualizando por su forma, remite al Ser subsistente per se del que participa y de alguna manera comunica en los entes que actualiza. Hay una comunicación del Ser que trasciende todo a sus criaturas a través de estas manifestaciones en donde se deja ver de una manera velada, pero verdadera. Es el deseo de Dios autocomunicarse el que apreciamos en esta manifestación del ser en el ente.
Esa manifestación es bella y lo es justamente por una relación intrínseca de este trascendental con el concepto de forma (o especie, como también se le puede entender). Esta relación ya parte de la definición y el origen de ambos términos, pues “las palabras que intentan expresar la belleza giran ante todo alrededor del misterio de la forma o de la especie. Formosus viene de forma, speciosus, de species”[10].
La percepción de la forma.
Ciertamente es ese reflejo el que Clodoveo vio al entrar a la catedral de Reims. Y de ahí su exclamación de asombro, pues von Balthasar afirma que:
“al principio de toda reacción ante todo está el asombro: y precisamente en dos respectos distintos interimplicados: en el de que lo real desconocido puede mostrarse en una forma perfecta, bella, y en de que la misma luz remite a la realidad que aparece en ella y a la vez trasciende. La polaridad de la propiedad trascendente del ser belleza estriba en esta dualidad de forma de luz que descansa en sí y de señalar más allá de la forma a un ente (real) que se ilumina en ella.”[11]
Clodoveo entonces pudo observar más allá de lo que los elementos naturales manifestaban de sí mismos. Él consiguió abarcar la profundidad de la manifestación de la forma que estaba delante de él. Podríamos decir que quizás otra persona que contemplase aquella misma escena no se dejase arrebatar como lo hizo este catecúmeno real, y esto Balthasar lo atribuye a que es necesario tener un espíritu formado para poder distinguir esa profundidad de la forma que se nos manifiesta. Quien no está formado en esa escuela de contemplación, que desde nuestra perspectiva no es otra escuela sino la de la inocencia y la de la admiración, muchas veces se dejará engañar en la distinción intramundana de los espíritus y no sabrá captar la aparición verdadera, quedándose con la superficial, que es con frecuencia engañosa apariencia.[12]
“Es preciso poseer un ojo espiritual capaz de percibir las formas de la existencia en una actitud de profundo respeto”.[13]
Y cuando von Balthasar se refiere a la palabra ‘percibir’ pone ahínco en su significación alemana que es la capacidad de captar lo verdadero. Pues justamente aquel que penetra en la manifestación esplendorosa de la forma no hace otra cosa que ir detrás de lo real y verdadero del ser revelado. Ahora, no es solamente el pulchrum el presente en este proceso. Recordemos con el teólogo suizo que los trascendentales no se desprenden nunca el uno del otro:
“La forma que se manifiesta sólo es bella porque la complacencia que provoca se funda en que la verdad y la bondad profundas de la realidad se nos muestran y se nos dan, y este mostrarse y donarse de la realidad se nos revela como algo infinita e inagotablemente valioso y fascinante”[14].
Entonces ese arrebato no es idealista, sino que se funda en la verdad del ser. Por eso Balthasar argumenta que “si la belleza se convirtiese en una forma que ya no es entendida como idéntica al ser, (…), volveríamos a una época puramente esteticista, y los defensores del realismo tendrían razón al luchar contra la belleza”[15]. Claro, aquí distingue una belleza meramente concebida en el campo de una estética secular, de una belleza más profunda y verdadera, atribuida a la manifestación epifánica del ser.
El problema eso sí no está en la belleza en sí, sino en la capacidad de captarla en su profundidad. Y las consecuencias de no saber (querer) captarla son nefastas, pues el bien y lo verdadero pierden su capacidad atractiva; el hombre ya no comprende porque debe seguir el bien, además de que los argumentos que le demuestran la verdad pierden su contundencia, pues al no ser percibidos como bellos no convencen.[16]
Continua…
Cristián Núñez Durán
[1] Cfr. J. A. SAYÉS, la esencia del cristianismo. Dialogo con K. Rahner y H. U. von Balthasar. Madrid (2005), 215.
[2] Cfr. ÁNGELO SCOLA, Hans Urs von Balthasar: un estilo teológico. Madrid (1997), 41
[3] HANS URS VON BALTHASAR, Intento de resumir mi pensamiento. En Communio IV, (1988), 284
[4] HANS URS VON BALTHASAR, Epílogo. Madrid (1998), 46
[5] Cfr. H. VON BALTHASAR, Gloria. Una estética teológica. V. 7., Madrid (1985-9), 224
[6] H. VON BALTHASAR. Intento de resumir mi pensamiento., 286-287
[7] ÁNGELO SCOLA. Op. Cit., 51
[8] BALTHASAR. Epílogo, 55
[9] O. GONZALEZ, ‘la obra teológica de Hans Urs Von Balthasar’, En Communio IVB, Madrid, (1988), 373 374
[10] BALTHASAR, Gloria. Una estética teológica. V. I., Madrid, (1985-9), 24
[11] BALTHASAR. Epílogo, 56
[12] Ibíd. 59
[13] BALTHASAR, Gloria. Una estética…, 27
[14] Ibíd., 111
[15] Ibíd., 25-26
[16] Cf. Ibíd., 24