Redacción (10/07/2014, Virgo Flos Carmeli) El Doctor Angélico[1] nos enseña que la significación en los sacramentos debe realizarse de dos maneras para que sea perfecta: mediante las palabras y los hechos. Ahora bien, mediante las palabras en la celebración del sacramento de las Eucaristía se significan cosas pertenecientes a la pasión de Cristo, al cuerpo místico, y al uso de este sacramento, que debe hacerse con devoción y respeto. Por este motivo, en la celebración de este misterio algunas cosas se hacen: para representar la pasión de Cristo, o para indicar las disposiciones del cuerpo místico, o para fomentar la devoción y el respeto en el uso de este sacramento. La incensación, en concreto, tiene la finalidad de fomentar el respeto hacia este sacramento y representar con su buen olor el efecto de la gracia.
A continuación, veremos el significado del incienso y su uso en las distintas partes de la Misa.
I. Significado
El incienso es un símbolo natural y expresivo del reconocimiento de la infinita excelencia y supremo dominio del Creador. La incensación es símbolo de la oración y de los sacrificios de los fieles que suben hasta el trono de Dios, como expresa el Apocalipsis: “Vino entonces otro ángel, y se puso ante el altar con un incensario de oro: le fueron dados muchos perfumes, compuestos de las oraciones de todos los santos para que los ofreciese sobre el altar de oro, colocado ante el trono de Dios” (Ap 8,3).
El incienso significa la oración, su perfume las virtudes: “Le symbolisme de l’encensoire est indiqué par l’Eglise, dans la prière qu’elle fait dire au prêtre à l’offertoire: Dirigatur, Domine, oratio mea, sicut incensum, in conspectu tuo (Ps 140, 2). L’encensoir est donc l’emblème de la prière. Le vase est l’image du cœur, l’encens figure la prière, le feu est l’emblème de l’amour céleste”[2].
Dado que la incensación con el incienso bendito es una bendición, un sacramental que purifica y santifica más, los objetos incensados son purificados y exorcizados de la acción del demonio.
II. Primera incensación del altar
La primera incensación del altar es uno de los ritos preparativos para la Santa Misa. Su sentido es la purificación y preparación del altar. Purificación contra la intervención diabólica, por el motivo que ya vimos, y preparación, conforme nos explica Vigourel: “C’était comme un prélude au sacrifice. Le spectacle offert alors aux fidèles, l’odeur agréable qui se répandait dans l’assemblée étaient un signe. Ce signe attestait que dans l’acte du sacrifice Dieu allait être souverainement glorifié, par la victime sainte, Jésus-Christ, le parfait adorateur de son Père”.[3]
En la incensación también indicamos la voluntad de querer unir nuestro sacrificio con el de Nuestro Señor, ya que el altar significa a Cristo y su Sacrificio, en cuanto el incienso, destruido en el fuego, es emblema de nuestra disposición de sacrificarnos en la obediencia y honor a Dios debido al ardiente calor de nuestro amor a la Bondad suprema. Y unimos nuestro sacrificio al del Cordero sin mancilla para que sea acepto a Dios y fecundado por la virtud del Sacrificio divino. Por esta razón, el altar se inciensa al principio de la Misa, que constituye integralmente el sacrificio divino, y posteriormente al principio de la parte de la Misa en que propiamente ocurre el santo Sacrificio: el Ofertorio.
III. Ofertorio
A) Los dones
Los dones se inciensan para significar que la oblación de la Iglesia y su oración suben ante el trono de Dios como incienso.
Es sólo por medio de Jesucristo, realmente presente en la Santísima Eucaristía, que Dios es plenamente glorificado y que nosotros podemos ser santificados. De ahí el doble efecto significado por el incienso: la gloria rendida a Dios que se eleva al cielo, en cuanto sus beneficios se esparcen sobre las almas como el perfume del incienso se esparce por el edificio santo. Así lo demuestra la oración que rezaba el sacerdote en cuanto incensaba los dones: “Incensum istud a te benedictum, ascendat ad te Domine, et descendat super nos misericordia tua”.
A este propósito dice Vigourel:“L’encensement des dons qui viennent d’être présentés à Dieu à l’offertoire nous rappelle quel est le prix de la victime et combien parfait l’honneur que par elle nous pourrons rendre à Dieu… En effet, Jésus-Christ dans l’Eucharistie paie à la royauté de son Père, au Roi immortel des siècles, un tribut plus précieux que l’or, à sa divinité le plus suave des encens, à sa justice la myrrhe de son expiation”.[4]
Por la incensación, la oblata queda purificada de la intervención diabólica y santificada para que sea más digna materia de los divinos Misterios.
B) Segunda incensación del altar
El incienso, quemado ante el altar para que su perfume suba a Dios en olor de suavidad, es como un sacrificio que, al fuego de nuestra caridad, ofrecemos a Dios de nuestro corazón, de la mortificación de nuestras malas inclinaciones y de nuestra vida, para que, de esta manera, nuestra conducta y vida sean inocentes.
Esta mortificación, ordenada a la pureza de la vida, se indica claramente en la palabras que acompañaban la incensación del altar en el Ofertorio: “Pone, Domine, cutodiam ori meo, et ostium circumstantiæ labiis meis: ut non declinet cor meum in verba malitiæ, ad excusandas excusationes in peccatis”. En este sentido pueden interpretarse las palabras con que empieza la incensación del altar: “Dirigatur, Domine, oratio mea, sicut incensum, in conspectu tuo, elevatio manuum mearum sacrificium vespertinum”. Es decir, mi oración y sacrificio; porque oración aceptada por Dios y eficaz es la que va unida al sacrificio del corazón.
C) La cruz
La cruz, destinada al servicio divino y santificada por la bendición, es digna de participar de los honores divinos; es por tanto, santa y digna de nuestra veneración. Es incensada junto al altar y al sacerdote para significar que Nuestro Señor Jesucristo es nuestro Dios y que, víctima, altar y sacerdote de su sacrificio, merece ser adorado e invocado.
D) El ministro y los fieles
El sacerdote y los fieles participan de la incensación en cuanto ministros y miembros de Cristo, que participan de la potestad de Dios y su gracia, la cual es, a su vez, una participación de la naturaleza divina (2 Ped 1,4); y por ende, su incensación redunda en honor del mismo que les dio tal potestad y tales dones. Además, por la incensación, son advertidos de que también ellos deben tener el corazón ardiente por el fuego de la caridad y devoción, al calor de las cuales dirijan a Dios, como incienso purísimo, sus oraciones y sacrificios.
¿Por qué se inciensa primero al altar, luego al sacerdote y por último a los fieles? Así responde el Doctor Angélico[5]: “[la incensación] representa el efecto de la gracia, de la cual, como de buen olor, Cristo estaba lleno, según aquello del Gén 27,27: ‘He aquí que el olor de mi hijo es como el olor de un campo florido’. Un olor que de Cristo se comunica a los fieles por el oficio de sus ministros, según las palabras de 2 Cor 2,14: ‘Por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento’. De ahí que en todas partes, una vez incensado el altar, que representa a Cristo, son incensados todos los demás por orden”.
Pe. Rodrigo Alonso Solera Lacayo, EP